Sobre los santos Joaquín y Ana, y sobre el nacimiento y educación de la Santísima Madre de Dios en el templo, y sobre cómo fue prometida a José.
Después de que se debió completar y presentar aquel gran misterio, que superaba ampliamente a la naturaleza, fue necesario preparar y equipar completamente el vaso que lo comprendería, que era incomprensible (1). Por lo tanto, se encontró a la bendita Virgen María, un hogar digno y apropiado para Dios, el Verbo, consagrada a Dios incluso antes de su nacimiento (2) y producida como un fruto dado divinamente a partir de miembros ancianos y lejos del calor de la naturaleza. Joaquín y Ana eran los nombres de sus padres. Ambos eran excelentes en su vida y conocidos por su virtuosidad, de acuerdo con lo prescrito por la ley, y contados entre los primeros y más brillantes y nobles de su linaje. Habían llevado una vida hasta la vejez sin hijos, ya que Ana era estéril y por esa razón no tenía derecho a los honores comunes que se otorgan a las mujeres por ley. Pero, siguiendo el ejemplo de la madre de Samuel, ella misma se hizo humilde ante Dios y frecuentaba el templo con diligencia, para no ser excluida de las bendiciones de la ley, sino para poder ser considerada madre, orando y prometiendo a Dios para dar a luz. Luego, bajo la inspiración divina, Anna, fortalecida y confirmada en la gracia que había pedido, nombró a María en cuanto la niña salió de los brazos de su madre, declarando en secreto la gracia aceptada por Dios como un misterio. Y cuando la niña ya había dejado de mamar y no quería tocar a su madre, la madre cumplió su promesa y subiendo al templo, conforme a su voto, la consagró a Dios, ya teniendo entonces tres años de edad. Entonces los sacerdotes la recibieron como un don especialmente sagrado y consideraron que la niña debía ser cuidada en el sagrario, a semejanza del antiguo Samuel. Por lo tanto, ella, como una cosa divina, vivía intacta y sagrada en el lugar más sagrado del templo. Pero cuando creció, los sacerdotes del consejo consideraron qué debían hacer con ella, para que no se viera que admitían nada sobre su cuerpo sagrado. Creían que cometían un sacrilegio al casarla con un hombre y reducirla al servicio de la ley matrimonial, ya que había sido consagrada a Dios. Por otro lado, creían que no estaba permitido por la ley y que no era apropiado ni honroso que una joven en su flor de la edad estuviera en el templo más sagrado. Después de mucha deliberación, les fue revelado divinamente por inspiración que debían entregarla en calidad de esposa a uno de los que estaban dedicados al templo. Y debía ser alguien en quien se pudiera confiar adecuadamente la custodia de su virginidad. No se veía a nadie más que a José como más apto para contraer la unión exclusiva de bodas, ya que él la tocaba por parentesco de sangre (eran de la misma tribu) y además había obtenido una buena reputación (3) de fidelidad a lo largo del tiempo por su edad y honestidad en su conducta.